Como ya hemos dicho, la fiebre es un mecanismo natural de defensa del organismo y su presencia no es negativa, sino que puede ayudar a luchar contra las infecciones. Por ello, no debemos tratar la fiebre, sino que debemos tomarla como una señal de alerta, vigilarla y tratar los síntomas en caso de que sea necesario.
No debemos obsesionarnos con el valor de la fiebre ni con bajarla, dado que no va a influir en la evolución de la enfermedad, si no tener en cuenta que a veces la fiebre asocia una serie de síntomas que pueden resultar molestos y que debemos manejar.
En primer lugar, cuando un niño tiene fiebre tenemos que valorar la temperatura ambiental y el abrigo que lleva. Si la temperatura es alta, ha estado muy abrigado o ha hecho ejercicio, desabrigaremos, procuraremos que la temperatura ambiental sea neutra (unos 22-23ºC es lo ideal) y le dejaremos descansando para repetir de nuevo la toma.
Si la fiebre se confirma, valoraremos la gravedad y la necesidad de acudir a urgencias según los criterios que hemos explicado antes y, en caso de que no necesite atención médica, procederemos a tomar las medidas necesarias para que se encuentre lo más cómodo posible:
Ofrecer hidratación abundante (mejor poca cantidad y a menudo) dado que la fiebre y la sudoración puede favorecer la deshidratación. En caso de que rechace otros alimentos, pueden ofrecerse zumos, batidos, sopa o incluso suero de rehidratación oral para intentar aportar también los azúcares e iones que necesita.
Adaptarse a los cambios de temperatura: es normal que durante la subida de la fiebre se sienta frío y en ocasiones temblor, por lo que se puede abrigar al niño para estar más cómodo, pero sin excedernos. Al bajar la fiebre, por otro lado, normalmente se siente calor y se debe desabrigar pero evitando que se quede frío.
Evitar utilizar hielo, paños fríos o friegas (alcohol, etc.) dado que no producen beneficio y pueden ser peligrosas. Se puede dar un baño templado o usar paños frescos si eso alivia al niño, pero nunca frío o hielo y evitando que sea muy largo.
Si éstas medidas no funcionan, se puede administrar antitérmico para controlar la fiebre. Existen dos fármacos que se usan normalmente en niños:
Paracetamol: sirve para el control de la fiebre y del dolor, aunque no de la inflamación. Es el fármaco de elección normalmente como primera opción y se puede dar también en niños pequeños (aunque en menores de 3 meses SIEMPRE se debe acudir a urgencias).
Existe una formulación de paracetamol en supositorios que se puede utilizar si no se tolera el jarabe, pero su absorción por esta vía es más variable, por lo que debe ser la segunda opción.
Ibuprofeno: sirve para el control de la fiebre, el dolor y la inflamación, aunque no debe administrarse en menores de 6 meses.
Hay una serie de características de estos fármacos que es bueno conocer para poder evaluar su respuesta:
Se pueden administrar cada 6-8 horas
Tardan unos 30-45 minutos en empezar a hacer efecto y su efecto máximo se alcanza sobre las 3-4 horas, por lo que hay que esperar para evaluar su efectividad.
La disminución de la temperatura suele ser de 1-2ºC, por lo que no se debe esperar (ni es encesario) una bajada de temperatura mayor que ésta.
Por último, hay que destacar que es recomendable evitar alternar el Ibuprofeno y el Paracetamol, prefiriendo usar sólo uno si es posible. Generalmente la toma de uno de ellos cada 6-8 horas consiguen controlar los síntomas (no hay que obsesionarse con bajar la temperatura a una “normal”, sino mejorar la incomodidad que puede producir) y evita los errores y sobredosificación que puede derivar de alternar ambos fármacos.
Aun así, si los síntomas de la fiebre son muy intensos y no se controlan con un solo fármaco, puede alternarse el uno con el otro durante un periodo corto de tiempo teniendo mucho cuidado de que pasen 6-8 horas entre una toma y otra del mismo fármaco (es recomendable apuntar las horas y el fármaco que se ha administrado para evitar confusión, sobre todo si hay más de un cuidador).